Para qué sirve la literatura (2 de 2)
Por
Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
simeonarredondo@gmail.com
Publicado el 18 de julio de 2025.
Para destacar de
manera más concreta y amplia, la concepción de para qué sirve
una obra literaria, procedemos a poner un ejemplo en particular,
para lo cual analizaremos algunos aportes de la novela “La
sangre”, escrita entre 1911 y 1913 por Tulio Manuel Cestero, la
que en su momento fue calificada como “la mejor novela
dominicana” por el historiador Manuel Arturo Peña Batlle, y
sobre su autor, en una edición de 1921 del periódico El Mercurio
de Chile se leía: “Quien ha escrito una novela como ‘La Sangre’,
tiene sobrados derechos para ser llamado maestro”.
Comenzaremos por acotar que en “La sangre” encontramos una
radiografía de lo que era la sociedad dominicana de finales del
siglo XIX y principios del XX. El autor retrata magistralmente
la forma de vida, las costumbres, las creencias y los sueños de
los ciudadanos de la época, especialmente de los habitantes de
la ciudad de Santo Domingo. Ello a pesar de que aparentemente el
objetivo principal es poner al desnudo las opresiones y
atropellos de la dictadura de Ulises Heureaux (Lilís), la forma
de su asesinato y las convulsiones sociales, políticas y
económicas que siguieron al mismo, cosa que de igual manera es
muy bien lograda en la narración.
Llama a la atención un párrafo de la obra en el que se combinan
la ficción y la realidad con la denuncia social y la
premonición. Veamos:
“Con la perspicacia de los ojos que vuelven a ver, y que por
tanto pueden aislar seres y cosas, observándolos por los cuatro
lados, Arturo registra ayer y hoy en busca de un hilo para
guiarse mañana. La tiranía de Heureaux, se dice no ha sido
adventicia, como Antonio y muchos piensan. No”.
Esta introducción del supra indicado párrafo comprende un trozo
de narración totalmente ficticio. Ahora veamos que la forma en
que continúa es un aporte que, si lo leemos segregado de la
introducción y de la conclusión, podríamos pensar que estamos
frente a texto de historia y no ante una obra de ficción.
“Los veinte y dos años de dominación haitiana disgregaron las
castas coloniales, y fueron los restos de éstas las que dieron
molde a las dos facciones contendientes en la primera república.
Caudillos y huestes concordaban; las pasiones eran sinceras,
comunes; de ahí el fervor, la abnegación y la implacable saña de
sus bregas. En Santana predomina el instinto, en Báez el
intelecto; pero ambos llegan a su hora. Con la levadura de los
restauradores triunfantes de España, adviene un factor nuevo.
Los hombres tienen prisa de gozar; la disciplina social
desaparece; las clases se mezclan; el peculado asoma. El
baecismo sobreviviente impera con más vigor que antes frente a
los azules, quienes, por sentimentales, no se concilian en una
sola aspiración bajo un jefe único, y a la postre, contagian al
adversario. Fragmentados ambos, rotos los ídolos, se inicia la
era de los caudillejos ignorantes, sanguinarios; las regiones se
imponen, las figuras efímeras se suceden en Palacio, y en tal
ambiente de asonadas, fusilamientos y asesinatos, se destacan un
austero ideólogo, una mente patricia caída de la dictadura y un
poeta epicúreo, hasta que la anarquía engendra a Heureaux, cuya
voluntad suma a todas las ajenas dispersas, cercena cabezas,
estudia los hombres y sus flaquezas y mete al país en el puño de
su diestra manca”.
Ahora vienen la denuncia, el presagio, e incluso, la reflexión
como colofón de un párrafo cargado de sustancia histórica y de
belleza narrativa.
“Pero como a su sombra maléfica no se ha creado ni una
oligarquía vigorosa ni una conciencia nacional, tornamos a las
andadas, a los pronunciamientos, a los golpes de estado, a los
gobiernos estériles. La exaltación, revolucionaria presumió, sin
género de duda, que basta vitorear la libertad para alcanzarla,
y encumbrará un civil, un hombre de levita, o un novel general
enamorado de las doctrinas de Hostos, que no comprende, y las
mismas manos lo derribarán al día siguiente”.
Con razón, en la introducción de la edición escolar de “La
Sangre” titulada “Una vida bajo la tiranía”, preparada por
Albert Horwell Gerberich y Charles Franklin Payne, se lee “el
estilo y la dicción de Cestero están modelados en el de los
escritores de la Edad de Oro de España, especialmente
Cervantes…”
Con leer sólo el párrafo que acabamos de analizar de “La
Sangre”, reafirmaríamos la importancia y los aportes de la
novela, de la que extraemos también las siguientes
contribuciones relacionadas con el enriquecimiento del lenguaje
y la difusión de términos comúnmente usados por los
hispanoparlantes:
En ella se encuentran las siguientes expresiones: “amarre su
pollita que mi pollo anda suelto”, “pies para qué os tengo”,
“bandera nacional” (en alusión al plato dominicano), “con boca”
y “los papeles aguantan todo”. El primero de estos refranes se
usa, casi siempre a modo de broma, para indicarle a los padres
de una adolescente que son ellos quienes deben orientarla en
torno a una posible relación amorosa con el hijo de quien ha
hablado. El segundo, transformado en “paticas pa’ qué te tengo”,
se aplica normalmente cuando queremos decir que, por alguna
razón, decidimos huir de un lugar.
Lo de la “bandera nacional” hablando en términos gastronómicos
se refiere a un típico plato dominicano, que es arroz blanco,
habichuela guisada y carne. “Con boca” es el término usado para
significar que un alimento se ingiere solo, sin mixtura, lo cual
es considerado como un indicador de escasez. Y finalmente, la
expresión “los papeles aguantan todo” significa que no
necesariamente porque algo esté escrito es cierto.
Pero además de las anteriores, en la novela de Cestero figuran
las siguientes frase o refranes, muy comunes en el país, y
algunos en otros lugares: “pájaro de mar en tierra”, “tiran su
chinita”, en fila india”, “como alma que lleva el diablo”,
“prender asando batatas”, “eso me da mala espina”, “volver con
el rabo entre las piernas”, “(le darán) mucha agua a beber (al
gobierno), “las paredes oyen”, “dale duro en el codo para que
abra la mano”, “(fulano) no tiene en qué caerse muerto”, “cuando
el río suena...”, “cada oveja con su pareja”, “(el o un) don
juan”, “que (...) esto y lo otro”.
También, “que patatín y patatán”, “angelina...esa misma”,
“puerco no se rasca en javillo”, “el mismo que viste y calza”,
“en la bajaíta lo espero”, la culebra se mata por la cabeza”,
“los tropezones (me hicieron) levantar los pies”, “échale agua
al vino”, “ofrézcome al señor!”, “(un) trasunto”, “un no sé
qué”, “un pobre diablo”, “tendremos (…) para rato”, “... baila
al son que le toquen”, “no se mezclan las manzanas buenas con
las podridas”, “esta leche está bautizada”, “no dormirse sobre
los laureles”, “metido hasta el gollete”, “... sabía en dónde
apretaba el zapato”, “ese huevo quiere sal”, el vale (fulano)”,
y “le calientan la cabeza”.
Del mismo modo es notable la presencia de palabras tan populares
como: cocotazo, gandío, malhaya, patraña, mojiganga, tereque,
comadrear, cerquininga, pendejada, añangotado.
Quien lee “La Sangre” no descubre el origen de todos esos
términos, pero al menos se entera que existen en la voz y en las
costumbres de los dominicanos hace más de un siglo.
Al mismo tiempo considero de alta importancia el llamado a
valorar, defender y respetar las raíces, historia y cultura del
pueblo dominicano que lanza el autor de la novela. En la
conversación final que sostiene el protagonista Antonio
Portocarrero, con Arturo Aybar, su amigo, compañero de lucha y
de prisión, se le escucha decir:
“…hay que ser fuertes, cultivar la libertad, amar el pasado, mas
no como cosa muerta sino como a ser vivo, en incesante comunión
con nosotros. Cada piedra de esas iglesias, que indios y negros
regaron copiosamente con su sangre, es el eslabón de una cadena,
en ellas se nutren raíces de nuestro espíritu; por esos motivos
debemos defenderlas de los hombres, del tiempo y del brazo
destructor de la naturaleza”.
Hay un refrán que dice “habló por cien años”. Esa es mi
percepción cuando leo esas acotaciones y me imagino escucharla
de los labios de un hombre que entregó su vida a una causa justa
sacrificando una serie de cosas personales y familiares, y que
mantiene sus principios hasta el final aun cuando ya está
convencido de que el sistema lo ha vencido.
Esta obra nos lleva por múltiples caminos y nos muestra una
amalgama de situaciones que, como se ha visto, nos enseñan una
gran variedad de cosas que muchas veces no se perciben simple
vista.
En conclusión, la literatura sirve para más cosas de las que
normalmente pensamos. El libro y la lectura siempre serán
aliados del desarrollo, del buen pensar y el buen hacer del ser
humano.